Desde niña aprendí que uno no escoge los libros, ellos de alguna
manera secreta y misteriosa lo escogen a uno. El primer libro que me apasionó lo
escribió una mujer, de clase alta, rebelde y lo más interesante, surrealista.
Por esa época en el cuarto de lectura de mi casa, en una enorme
biblioteca para mis percepciones de entonces, pasé mi mano suavemente por cada
libro hasta que alguno me encontrara y me sacara del tedio hiperactivo de mis
siete septiembres. De repente sentí la textura de un libro flaquito y rosa como
yo, en la caratula una mujer desnuda era visitada por un insecto (al menos eso
fue lo que interpreté) y yo, apasionada seguidora de marranos de tierra,
babosas y demás bichos, quedé prendada de la imagen, era un collage de Max
Ernst, era el libro de Leonora Carrington, era la Dama Oval.
Lo que venía adentro era un tratado feminista y hasta político pero
estaba escrito por una artista, no con el denso lenguaje ilegible de los
sociólogos, no con la rabia feminista, no con el fango antropológico, no era un
"odio al patriarcado" era un "soy y punto, soy también la dueña
de mi vida de mi mundo". Tuve que esperar unos 5 años para saber quién era
Leonora, su libro dejó de estar en el cuarto de los libros y pasó a dormir
debajo de mi almohada, siempre muy cerca mío, le puse mi firma y también un
sello que guardaba con cierto T.O.C para marcar mis cosas en una casa habitada
por mucha gente y donde lo único que era mío era el libro de Leonora, mi
patrimonio junto con un perro criollo y una bicicleta.
Lo bueno de escoger monjas francesas para disciplinar la vida femenina
es que su decimonónica educación tiene en el currículo "historia del arte"
.Mi profesora, una maestra, nos mostró a Salvador Dalí, a André Bretón y como
una epifanía "Max Ernst" lo reconocí de inmediato pues la Dama Oval
había sido ilustrada por él, supe que era judío alemán, supe que ella era de la
aristocracia inglesa y se había escapado a estudiar arte a Londres olvidando
toda la parafernalia de su clase y luego criticándola de una manera maravillosa
y acertada en "La Debutante, el tío Sam Carrington y La Dama Oval".
Leonora dejaba de ser una mujer y se convertía en un caballo libre y arisco,
jamás pude imaginarme otra persona diferente a ella en sus cuentos porque su
literatura es deliciosamente autoreferencial y para mí, esa es una de sus
fortalezas.
Todo lo que la Dama Oval contenía era lógico, verosimil y
esperable. Cada vez que terminaba un cuento le encontraba todo el sentido
porque Leonora veía con ojos de niña grande y eso es absolutamente invaluable.
Yo comprendía la cercanía y el afecto con los animales de la Carrington,
hablaba con ellos porque crecí con mi caballo, mis pollos, mis churruscos y mis
perros y en algún momento adolescente creí que nadie en la vida me entendería
porque sólo Leonora sabía cuánto odiaba los bailes, las presentaciones en
sociedad y el espantoso ritual latinoamericano de los 15 años. En ese entonces
mis pequeñas y tiernas insurrecciones eran simplemente soltarme el pelo,
tenerlo libre y enredado y portarme como un verdadero animal -si que soy grupie
de por dios-
Entre muchos aprendizajes sólo cuando internet llegó a mi vida, en mi
último año de secundaria pude ver por vez primera su obra plástica. Creo que me
enamoré por segunda vez, porque pájaros, huevos, animales y seres largos
emergían ante mí como la literatura, como el famoso vortex de la realidad
y el sueño, el claroscuro. Algunas obras junto con las de Varo y las de Ernst
lograban conmoverme, sacarme un sentimiento por allá adentro en la huella
némica de mi mundo animalesco y me ´conformé con ver esculturas y obras de la
Carrington cada vez que me sentía fastidiada, era mi época más rara estaba
entre Leonora y mi recién descubrimiento del escritor colombiano Andrés
Caicedo, confieso que la olvidé y le fui infiel con un montón de muertos.
Es que si en la adolescencia no lees a Cortazar, Borges, Poe,
Lovecraft, a Chaparro Madiedo y a Caicedo, no fuiste un adolescente
"darks". Lo cierto es que fue mi época oscura y metalera hasta que a
los 20 me reconcilié de nuevo con Leonora, desempolvé la dama Oval y sentí ese
inevitable amor que siento cuando lo tengo en mis manos, lo abrazo, lo siento
porque ese libro es el arconte de mi infancia. Muchas veces en silencio lo
abracé haciendo mucha fuerza mental, apretando los ojitos para poder entrar
dentro de él, pero lamentablemente solo saque mala leche por ser tan
incompetente con las artes ocultas.
En mis recientes veinte, me llegaron regalos de México: historia a dos
tiempos de Lourdes Andrade, El séptimo Caballo y otros Cuentos, Memorias de
Abajo, Leonora de Elena Poniatowska y El libro de cuentos para niños que
escribió para sus hijos Pablo y Gabriel y que Alejandro Jodorowsky guardó como
sólo lo hacen los mejores amantes hasta hace pocos años. Tengo casi toda la
bibliografía, menos la trompetilla acústica el cuál aún espero con esperanza de
náufraga. Nadie podría comprender como las tardes tristes se me volvían risas y
amores con semejante tarea de leerlo todo, pero entonces descubrí otra
escritora, otro lado oculto de las mujeres, su relación con el sufrimiento y
con la locura, sólo eso faltaba para que se convirtiera en mi preferida de las
preferidas, la ama del mundo, la despeinada, mi maravillosa yegua, mi mujer
libre y erótica, la madre, la artista, la amante, la sufrida la
revolucionaria.
En 2010 viajé a trabajar a México, llegué a Mérida pero logre arribar
el D.F. después de rodar por Yucatán, Chiapas, Quintana Roo, Tepoztlán y
Cuernavaca. Sabía que Leonora estaba viva, sabía dónde encontrarla pero no
quise, alguien me dijo que pronto se iba a morir y simplemente para mi esa
posibilidad no existía porque ella vivía en el vortex entre realidad y sueño,
me gustaba imaginarla mitad animal, mitad humana, medio esperpento, medio
rebuzno. Por eso decidí que yo a ella ya la conocía y probablemente si se moría
sabría por alguna extraña razón que era mi escritora favorita y mejor amiga de
mi infancia autista, mi convulsionada pubertad, mi adolescencia oscura y
ocultista y este ser inacabado que soy hoy.
Digamos que he estado los últimos años en el infierno y ella siempre
viajó conmigo por lo menos esa vieja edición de alacena de la Dama Oval.
Siempre me pregunté cómo un libro de ese talante va a dar a la biblioteca de
una familia cualquiera de Bogotá. Encontré una clave en la dedicatoria, se lo
habían regalado a mi madre que en ese entonces era líder comunitaria, escritora
y artesana, tenía mi mamá periodistas y abogados detrás de su larga y negra
cabellera, de su personalidad de caballo. Creo que fue mi último
descubrimiento, mi mamá había sido la inspiración para que alguien se acordara
de ella con la Dama Oval y de paso su admirador me heredó el objeto más amado
con el que cuento.
Uno debe matar a sus héroes o en este caso a sus heroínas de la
infancia, porque constituyen la búsqueda de la identidad, porque nos ayudan a
entendernos pero definitivamente lo más interesante de estar en este planeta es
tener una vida y una personalidad. Hice mi ritual de paso con Leonora
Carrington, intenté escribir un cuento de mi intensa relación con ella y el
surrealismo y tomé prestada a Lucrecia para que como en la Dama Oval, se viniera
para Colombia y fuera una niña sin apellidos ni títulos de nobleza. Recuerdo
que el cuento me hizo muy feliz y así a mis consabidos 27 años nací a mi
voluntad por encontrar una voz propia.
Nunca me gustaron los grupos para niñas, tampoco seguí a una banda
o a un actor o a un director de cine, como lo he hecho con Leonora
y Caicedo, mis brujos y hoy mis mágicos inmortales, porque sus letras ya
son parte mía y soy inevitablemente feliz. En estas noches de miedos, de
terrores, de temblores abracé la Dama Oval y sentí que no importaba nada, él
siempre sería mi casa y a dónde fuera habitaría conmigo. Una cosa si era
cierta, había contado con suerte porque encontrar a Leonora fue encontrar al
surrealismo, a otras poderosas mujeres como Varo y Kahlo, y a comprender que
ciertos movimientos artísticos atan el cambio de las sociedades y de las
subjetividades de sus sujetos, por lo menos para mí, Leonora fue una revolución
de clase, de género, de creación y de reconciliación con la adorada diferencia.
Liz Corner
Tomado del blog: http://lizproject.blogspot.mx/?view=classic